Que Todo Fuera Distinto

Sin rencores, más allá de que todo término ella no puede negar que fueron los mejores años. Claro que le hubiera gustado que durará hasta el último de sus días, hubiera dado todo lo que tenía solamente por compartir una última noche.

Sí,  de esas noches que jamás terminan, que entre besos y caricias la madrugada durará por siempre, que los abrazos y la piel tibia de tanto amor se quedaran así de intacta. Ella hubiera querido un último beso, de esos besos que saben a todo, que saben amor, que saben a paraíso, que saben a felicidad. Ella daría lo que fuera por un viaje lejos del mundo, uno de esos viajes que incluye una cabaña en medio del bosque, sin público, sin ruidos, solamente el calor de la chimenea y como la madera arde en las llamas.

Ella hubiera dado todos sus ahorros para llevarlo a los países más maravilloso del mundo, un café en la Torre Eiffel, una caminata por las calles de Barcelona, un recorrido por Venecia, escalar las Ruinas de Peten, comer un Hot Dog mientras miraban el Big Ben en Londres, meditar en la India, ver los atardeceres en Italia, visitar tierra Santa y asistir a la plaza de San Pedro en Roma.

Sí, le hubiera gustado que todo fuera distinto. Pero terminó y ella lo comprende, tal vez dentro de algunos años, cuando ellos sean más grandes, más adultos, más distintos,  se encuentren por las calles de algún lugar y ese amor que aún sigue escondido, salga a flote y se vuelvan a enamorar como la primera vez, a primera vista y con una sonrisa.

Nunca es tarde para enamorarse, para volver a empezar. Ella lo único que tiene ahora son recuerdos cargados de nostalgia, pero no pierde la fe en que Dios nuevamente le demuestre que los milagros existen.

Jessi.



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